Yo estaba, como cada noche, ocupada con mis tareas de la universidad y tomando café para resistir el cansancio. Normalmente el sueño me vence alrededor de las 4:00 a.m., pero había sido una semana muy pesada, así que decidí darme un baño e irme temprano a la cama. Encendí la lámpara de luz tenue que tenía en mi buró; comencé a quitarme la blusa y los pantalones, pensando en lo relajante que es para mí un baño antes de dormir. Me dirigí en ropa interior a la regadera, canturreando una canción de mi banda favorita y de un momento a otro me hallé imaginando a mi nuevo vecino entrando a mi casa listo para acompañarme en la ducha.
Desde que se mudó a la casa de enfrente me ha llamado la atención, pero creo que soy demasiado tímida para acercarme a hablarle.
Seguía imaginando... ¡Ya basta!
Decidí concentrarme en lo mío, tratando de olvidar mis pensamientos pervertidos con aquél chico.
Y salí de mi baño nocturno con buen humor. Me quité de un golpe la bata de baño, seguí tarareando mi canción favorita y no fue si no hasta ese momento que me di cuenta que mis cortinas estaban abiertas de par en par, mirando justo hacia la habitación del vecino, desde donde él me estaba como comiendo con su dulce mirada...
¡Aahh! No pude si no más que pegar un grito potente y tratar de esconderme entre algún punto oscuro de la habitación, tratando de hallar la bata.
Sé que la luz no me delataba, pero me había ruborizado al tope; tal vez atraje la situación por andar pensando en cosas que no debería.
Y con toda la sonrojez del mundo corrí como pude a cerrar las condenadas cortinas...
Al día siguiente traté de olvidar el incidente y de no toparme con el vecino. ¿Cuánto tiempo llevaría mirando? ¿Qué rayos le pasaba? ¿Lo había disfrutado?
En un descuido me topé de frente con él. Simplemente sonrió, se disculpó por lo sucedido y me invitó a cenar esa noche en recompensa a que, según su versión, me había visto accidentalmente desde su ventana...
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