[...] Estaba recostada en el sofá de mi recámara; no queriendo
mover ni un músculo, no queriendo hacer el mínimo esfuerzo de levantarme para
ir a contestar el desesperante y persistente teléfono que sonaba por segunda
vez consecutiva aquella tarde. Imaginé que sería otra llamada de los cobradores
del banco. O tal vez alguna amiga emocionada por contarme alguna nueva aventura
amorosa. O tal vez tenía de nuevo tanta pereza como para imaginar más
situaciones por las cuales ya había sonado dos veces seguidas aquel aparatejo y
yo, cansinamente, me había girado para ponerme en una posición más cómoda y
tener una excusa para no levantarme a atender.
Dejó de insistir. No tengo idea de quién era, ni me importa.
No tengo ganas ni curiosidad siquiera de saberlo. Sí la inspiración no me
llegaba, una plática telefónica llegaría a empeorarlo todo; las cosas todavía
no caen del cielo.
Como todavía era temprano, decidí que podría salir a caminar
como parte de mi proceso inspirativo. Estaba casi segura de que vería algo en
la calle que me daría ideas para empezar a escribir. Por eso, me previne con un
lápiz y un papel, un poco arrugado pero decente, y salí a ver qué sucedía.
Caminé un par de cuadras son que pasara nada trascendente
frente a mis ojos, hasta que, en la siguiente esquina donde pensaba dar vuelta para
continuar mi plano recorrido, había una pareja.
Iban tan tontamente caminando, como mirando el mundo rosa,
como si todo fuera hermoso, como si todo fuera tan sencillo, como si todo fuera
eterno. En ese momento, el tormentoso recuerdo tocó fondo. Quería recordarte
sin dolor, pero algo se empeñaba en no dejarme pensar con claridad. No sé bien,
pero fue como si las escenas de una vida pasada pasaran frente a mi ventana,
tan deprisa que ni siquiera tenía tiempo de darme cuenta si eran mis recuerdos
o una vieja película dañada.
En cuanto reaccioné me di cuenta de que estaba nuevamente
frente a la puerta de mi casa. El paseo había sido contraproducente, tanto que
ni siquiera pude darme el lujo de crear algo bueno para mi historia que tanto
me empeñaba en querer escribir, ni tampoco me había dando cuenta de cómo había
regresado tan veloz a casa.
Me frustró el hecho de que aún no tenía lo que quería.
Entonces mis ideas comenzaron a fluir, como tanto lo había
deseado. Me sentí como un niño con juguete nuevo. Pero algo andaba mal.
Estaba en casa; tenía miles de plumas y montones de hojas,
mas yo no tenía intención de plasmar mis pensamientos.
Tan egoístamente, me acomodé de nuevo en el sofá, que era mi
preferido desde que tengo memoria. Entonces cerré los ojos y comencé a
relatarme aquella historia que nadie más escucharía.
**
Aquella tarde tú me habías invitado a dar un paseo por el
parque. Serían alrededor de las 6:00 p.m. y un aire húmedo nos señaló que
probablemente llovería aquella noche. Sin embargo, salimos tan descubiertos
como si fuera el mediodía de un caluroso día de verano.
Lo que me importaba era el hecho de que al fin te vería
después de varias semanas. Sabía que tu trabajo te tenía últimamente muy
ocupado y estresado, así que yo no quería ser una carga más y esperé paciente y
caprichosa que tú me buscaras.
El tiempo se nos pasó volando y cuando nos dimos cuenta había
oscurecido. No quise recordarte la hora porque sabía que caerías en la
histeria. De todas maneras, emprendimos camino de regreso a mi casa, besándonos
como dos niños que juegan a la mamá y al papá. Esa inocencia tan tuya que tanto
adoraba desde que nos conocimos en aquella cafetería tan grande y abarrotada de
gente, pero que, como por obra del destino, nos había juntado.
Llegamos a la sala. Sabíamos que era hora de despedirnos
hasta nuevo aviso. Pero ambos nos aferramos a querer seguir juntos a pesar de
las consecuencias. El beso de despedida no fue más que un gatillo que disparó
la bala de las emociones.
Quise hablar, pero me tomaste fuerte de la nuca; acercaste nuestros rostros tiernamente hasta que pudiste morder con pasión mis labios
temblorosos por la situación.
Quise frenar, pero algo me decía que no era lo que realmente
deseaba. Sabíamos lo que iba a comenzar, pero no cómo terminaría.
Entonces seguí tu abrasador juego y lentamente nos perdimos
en el mar de caricias y miradas que podían decir más sensaciones de las que
podíamos expresar.
Lentamente.
Nos fuimos acurrucando, hasta lograr la posición idónea para
que nuestros cuerpos fueran a parar en la cúspide de la intensidad...
***
¡No!
Decidí no continuar con algo que no tenía nada que ver con mi
idea de hacer un buen escrito.
Pero para mi sorpresa mi cuerpo había escuchado mis
pensamientos desechados. Ahora estaba inquieto. Noté que mi respiración había
pasado a ser un poco más fuerte, más a ritmo con mi vergonzosa situación.
“Una ducha. Una ducha puede aliviar todo”. Me dije.
A toda velocidad tomé una toalla limpia y me encerré en el
baño. Ajusté la temperatura del agua; seguía pensando en que no tenía nada para
mi escrito. Comencé a desnudarme y la idea todavía no me abandonaba del todo.
Me duché sin pensar en nada más que en mi frustración actual.
Y sin poder luchar más contra mi traicionera imaginación, continué con mi
envidiosa historia.
Entre más lo imaginaba noté que, del capullo que tanto
codiciaba, emergía una hermosa flor que hacía tiempo estaba marchita.
Y entonces comenzaste a desnudarme. Aquella habitación había
quedado a oscuras y ahora sólo era medio iluminada por una poca luz lunar que
se asomaba por un escondrijo en la ventana. No te importó que yo hiciera lo
mismo; al contrario, parecía que por cada prenda menos adquirías más fuerza y
cálidamente buscabas seguir jugando con mis labios y mi mar de emociones
encontradas en aquél preciso momento.
Tus dedos buscaban atorarse más entre mi cabello, como si
fuera de estambre y quisieras hacerte una bufanda con ellos para que siempre te
acompañara en tus días fríos.
No me había percatado de que había comenzado a llover
escandalosamente. Más bien noté que olías especialmente bien. No tenías ni una
gota de ese perfume ensordecedor al olfato.
Entonces tu desesperación por continuar de pronto se
transformó en una embriagante sensación contagiosa de pasión opulenta, que no
le bastó con controlar a su antojo la lentitud de aquella situación, sino que
la hacía cada vez más sensual y atrayente.
¡Que no sigas! “Déjate ya de tonterías y ponte a escribir,
deja ya de lado tu irrealidad y refleja algo bueno.”
“Deja de molestarme y escóndete en el rincón más alejado de
mi mente porque no quiero verte hasta que termine de imaginarme lo que yo
quiera.”
Terca, te gusta aferrarte a la fantasía...
Te dejé continuar tu camino; te habías abierto paso hacia mí
como un pirata empeñado en descubrir el tesoro perdido.
Las gotas arreciaban, pero cada vez tú ibas más despacio,
como queriendo conservar en tu mente perfectamente cada segundo de aquél
momento y al no poder tener las imágenes adecuadas, te creaste una película
táctil con tus grandes y suaves manos de cada parte que ellas recorrían.
Yo, como quien se deleita al comer su platillo preferido, no
hacía más que disfrutar de la función; aunque terminé uniéndome a ti como hacía
demasiado tiempo no estaba. Haciendo ese uno sólo que nadie más que los dos
entienden.
No queríamos saber qué habría más allá. A veces es tonto
hacerse preguntas que bien sabemos no tienen una respuesta concreta o sencilla.
No me importó, no quise más que seguir besando tu piel;
quería sentir que mis sentidos se agudizaban minuto a minuto. Me sentí poderosa,
te tenía todo a ti para mí. [...]