El sábado asistí a una fiesta con mis amigos. Normalmente me quedaría en casa viendo viejas series porque no me gusta mucho la idea de tener que cuidar ebrios después de las 2:00 a.m., pero tenía un presentimiento de que aquella noche podría ocurrir algo distinto.
Afortunadamente tenía razón.
Casi nunca bailo, pero aquella ocasión decidí salir a bailar con un amigo y fue justo en la pista de baile donde quedé impactada con la singular belleza de aquella chica que se encontraba danzando solitaria, pero muy amena.
En primera impresión era la mujer más perfecta que había visto en toda mi vida: contagiaba su alegría, le gustaba divertirse aunque fuera sola y no sólo eso, además tenía un lindo cabello, unos lindos senos y unas caderas muy atrayentes, hasta para una chica como yo, que es raro que me deje babeando un físico.
Pero luego aterricé, porque al empezar la siguiente canción otro de mis amigos me jaló a su lado para que ahora bailara con él. Confieso que ni tiempo tuve de reclamarle porque todavía estaba pensando en que sería poco probable que aquella chica y yo tuviéramos un contacto, o un cruce de miradas al menos.
La cosa seguía y el ambiente se iba haciendo más pesado porque a mayoría de los asistentes a la fiesta ya estaban entrados en tragos. Aburrida decidí ir al tocador de mujeres, al menos para tener algo que hacer que no fuera quedarme contemplando al DJ haciendo sus mezclas.
Cuál no sería mi grata sorpresa que al entrar me encontré con aquella inusual chica arreglándose el cabello frente al espejo. Supongo que me le quedé mirando demasiado tiempo, porque ella volteó a verme directamente a los ojos y me sonrió, a lo que yo también respondí con una gran sonrisa.
Cuando pensé que ella saldría para integrarse de nuevo a la fiesta, se acercó a mí, me dijo cuál era su nombre y preguntó por el mío. Yo le respondí la presentación, cordial, pero todavía sorprendida; creí por un momento que tal vez el único tequila que me tomé después de bailar me estaba haciendo imaginar todo aquello.
Sin embargo mi mente no estaba jugando conmigo. Allí estábamos, teniendo una conversación muy agradable, sin interrupciones. Pronto ella me invitó a bailar, yo no me negué porque estaba disfrutando bastante de su compañía y me sentía con suerte aquella noche como para no hacer el ridículo.
Bailamos y bailamos; ella tenía algunos pasos que se me hicieron muy sensuales y no resistí el hacerle un cumplido por ello. Cuando se lo dije me agradeció y bajó la mirada un poco avergonzada; me preguntó que se sentía un poco acalorada y que preferiría que saliéramos a platicar a un lugar más fresco.
Así salimos de la fiesta; entonces me invitó a su departamento a continuar la fiesta en privado. Supongo que estuve diciéndole que "si" a todo lo que me proponía, la chica me interesaba y en ese momento lo que menos me preocupaban eran mis amigos porque yo sé que siempre regresan con bien aunque yo no vaya con ellos.
Al entrar quedé maravillada con la decoración de la vivienda, muy acogedora y que en su mayor parte tenía los colores que más me gustan. En el fondo había un pequeño bar de madera, unos sillones de piel y al lado un estéreo en el que ella puso una música suave, como no queriendo despertar a sus vecinos.
Proseguimos con nuestra plática, que incluía anécdotas de la infancia y algunas locuras adolescentes. No tengo ni la más remota idea de por qué había tanta confianza entre nosotras, era como si ya estuviéramos hechas para encontrarnos.
No tomamos ni una copa, así que no estuvimos bajo los efectos del alcohol cuando decidimos que esa noche dormiríamos juntas. Me alegro que así hubiera sido, sino no podría recordar todas aquellas magníficas sensaciones que pasaron por mi cuerpo aquella vez, empezando por el simple hecho de que me sentí poderosa al llevar a una chica, tan bella por dentro y por fuera, a un delicioso final.
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